La companía nos evita naufragar

Con el título NAUFRAGIOS EN SOLEDAD, Germán ORTIZ, Director de LA.GRAM escribe una interesante nota en la Revista Apuntes Pastorales.

Dice: «La reflexión comunitaria salva vidas. Esas mesas compartidas, café, pizza o asado de por medio. Esas mesas salvan vidas. Esos encuentros donde nos disponemos, con sinceridad, a abrir nuestros corazones y comprender a Cristo también sentado ahí entre nosotros. Esos espacios donde abrimos la boca para expresar nuestras emociones y pensamientos. Esos momentos donde permitimos a otros que nos corrijan y nos ayuden a repensar lo vivido, lo creído… lo sentido y lo pensado…».

El autor expresa una forma de hacer una análisis personal al expresar: «La mayoría de las veces, no nos apropiamos correctamente de estos momentos. Nos juntamos, y la charla no alcanza la profundidad necesaria. Caemos en el error de dejar todo librado a la espontaneidad. No comprendemos que la búsqueda de la profundidad requiere de su apropiada cuota de disciplina.

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Libre para decidir

«Nunca sigas el consejo de tus temores»
(Stonewall Jackson)

¿Desde qué lugar realizamos nuestros actos?
¿Cuál es la motivación o el disparador?
He aquí una clave fundamental para orientar nuestras decisiones.

Pensemos algunas situaciones.
Le preguntas a tu esposa por cómo ha sido su día. Puede motivarse en un interés porque deseas que la haya pasado bien. En otro caso se relaciona con el control de sus acciones (con quién estuvo, cuánto gastó, qué le dijeron, que dijo, etc.). O quizá le lanzas el comentario cómo un acto reflejo sin desear que a ella se le ocurra dar una respuesta ya que te aburren sus comentarios.

Llamas a un amigo que está atravesando un momento complicado. Te preocupas por su estado y en el llamado hay un deseo de respaldo y de hacer algo por ayudarlo a salir de esa situación. Pero también puede ser que lo hagas porque se supone que debes hacerlo y simplemente llamas para «cumplir» para que tu amigo no se ofenda. O tal vez lo que te guía es tu propia conciencia y lo que más deseas con ese llamado es no sentirte culpable.


Eliges una carrera universitaria o un trabajo determinado. En el mejor de los casos, tomas esa decisión desde la convicción y la pasión sabiendo que Dios te puso en esta tierra para cumplir una misión. O lo haces porque no tenías la más mínima idea y optaste por el camino más fácil. O quizá para agradar a otro. Hoy quizá simplemente sostienes esa vieja decisión por el miedo al cambio.

Volvemos entonces al planteo inicial:
¿Desde qué lugar realizamos nuestros actos?
¿Cuál es la motivación o el disparador?

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Cada día, una oportunidad

Todos y cada uno de los días de nuestra vida tienen la misma duración. Esto se debe a que están ordenados por una ley natural ajena al control humano.
Sin embargo, la vivencia subjetiva de la rapidez o lentitud del transcurrir de los días es variada.
En la primera infancia, por ejemplo, ni siquiera hay noción del tiempo. Para el bebé, unos minutos de ausencia materna pueden representar una eternidad. Para el adolescente, vivir el momento es lo más importante.

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Hoy no te importa, mañana te va a importar

Gerardo vivió un día cargado a pleno con el lema: «No me importa nada». En la jornada anterior las circunstancias no le habían sido favorables. Además se levantó cansado y de malhumor. Por lo tanto, vivió ese día con total descuido:
No le importó cuidarse en las formas con su esposa e hijos. Lo que le salía, le salía. Mezcló indiferencia con sarcasmo y descalificaciones. No consideró la posibilidad siquiera de pedir perdón.
Desatendió su relación con Dios. Sabía que estaba llenando su vida de acciones dañinas para él y su entorno, pero no se preocupó demasiado. Lo que le salía, le salía. No buscó la dirección de Dios para ese día y se manejó en cada momento dándole la espalda a sus «convicciones» espirituales.
Tenía un trabajo importante para entregar. No le importó dejarlo sin terminar; así como tampoco se inmutó mientras se escuchaba a sí mismo al mentirle a su cliente sobre las razones de la demora en la entrega. Tampoco fue a visitar a otros clientes con los que había combinado una cita. Ni siquiera les avisó. Lo que le salía, le salía.

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El valor de los Afectos

«Lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió,
y se echó sobre su cuello, y le besó» (Lucas 15:20).

Para la formación del psiquismo humano, el afecto es una de las necesidades básicas a cubrir.
El afecto familiar es tan vital e indispensable que sin él, muchas personas se abandonan y se dejan morir. Se conoce como marasmo a la enfermedad que lleva a la muerte por falta de afecto.
En la parábola del hijo pródigo tenemos una buena demostración del valor del afecto familiar.

En primer lugar vemos el contacto físico significativo: el padre que abraza y besa a su hijo. Se dice que para sentirnos bien, necesitamos cuatro abrazos diarios y parece que este padre había entendido muy bien esa verdad.

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La importancia del diálogo y la comunicación en la familia

Cada hombre es un adversario potencial, incluso de aquellos a quienes amamos. Sólo por medio del diálogo somos salvados de esta enemistad de unos contra otros. El diálogo es al amor lo que la sangre es al cuerpo. Cuando cesa la circulación de la sangre, el cuerpo muere. Cuando cesa el diálogo, el amor muere y nacen el resentimiento y el odio. Sin embargo, el diálogo puede resucitar una relación muerta. Efectivamente, éste es el milagro del diálogo: puede engendrar una relación nueva, y también puede dar nueva vida a una relación que ha muerto.
Hay una sola condición para que haya diálogo: debe ser recíproco y proceder de ambos lados; y los participantes deben persistir denodadamente. La palabra del diálogo puede ser pronunciada por un participante, pero evadida e ignorada por el otro, en cuyo caso la promesa puede no cumplirse. Existen riesgos al entrar en diálogo, pero cuando dos personas lo acometen y aceptan su temor de hacerlo, puede desencadenarse el poder milagroso del diálogo.
Si las exigencias que hacemos aquí para el diálogo son causa de sorpresa para el lector, la razón acaso sea que el diálogo ha sido identificado demasiado exclusivamente con las partes conversacionales de una obra de teatro.

Nosotros concebimos el diálogo como un serio hablar y escuchar, como un dar y recibir entre dos o más personas, en el cual el ser y la verdad de una son confrontados con el ser y la verdad de la otra.

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El encantador suplicio de las vacaciones

Con esta frase alguien quiso sintetizar lo que las vacaciones muchas veces representan para la familia. La sola mención de la palabra «vacaciones», puede evocar en nosotros cosas tan disímiles como: encuentros, palmeras, descanso, aire libre, tiempo de ocio, ausencia de reloj despertador, encanto, placer… hasta discusiones, desencuentros, aburrimiento, tensiones…

¿Cómo es posible esta ambivalencia?

Varios factores concurren para ello:
1. No son las vacaciones en sí mismas las que pueden producir tales efectos, sino la «convivencia humana» en vacaciones. Más allá de las alternativas adversas que pudieran presentarse (mal tiempo, enfermedades, contratiempos con los autos, micros o aviones, y otros problemas diversos y concretos), lo que se pone en juego siempre es la trama de relaciones existente entre los participantes de las vacaciones. «Convivencia» nos habla de acuerdos y diferencias, de concordancias y conflictos, de proyectos comunes y de metas divergentes. Y las vacaciones no escapan a estas alternativas. Es más, pueden acentuarlas o agregar sus particularidades. ¿Por qué?

2. Las vacaciones, independientemente de que se viaje o no a algún destino turístico, es un tiempo especial donde la rutina anual se interrumpe. Los chicos no van al colegio, los grandes no van a trabajar; en fin, las tareas habituales se dejan de lado y se abre un espacio distinto. Un espacio que puede ser cubierto constructivamente o, por el contrario, puede representar un vacío o abismo peligroso (no es casual que muchos estados depresivos y aun suicidios se produzcan los fines de semana o en tiempo de vacaciones; también que algunas crisis matrimoniales se profundicen). Este espacio diferente pone al descubierto, no pocas veces, las fisuras familiares que pueden estar tapadas por la rutina. Las costumbres, los horarios, las obligaciones, constituyen un eje organizador de nuestras tareas habituales; dan cierta seguridad. En vacaciones carecemos de ese eje y tenemos que armar otra organización que requiere nuevos acuerdos y pautas a seguir. La novedad puede ser estimulante o causar desconcierto, o ambas cosas a la vez. El resultado puede ser satisfacción para todos o aumento de tensiones y desencuentros.

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