«Una vez José tuvo un sueño y se lo contó a sus hermanos»
Génesis 37:5
Como todo muchacho de diecisiete años, José tiene sueños de un futuro promisorio para su vida. Los que hemos pasado por esa bella edad lo sabemos. ¡Cuántos proyectos y utopías para hacer realidad! Y entre sueños y fantasías aquella paz de saber que la vida es bella cuando se la alimenta de esperanzas.
José no sólo sueña con su futuro, sino que además tiene el valor de comunicar sus sueños, aunque al decirlo se gane el desprecio y antipatía de sus hermanos. Los sueños callados no sirven, son como aquella lámpara puesta debajo del cajón, no iluminan.
Hay jóvenes cristianos que se guardan sus sueños, sus valores y sus ideales por temor al rechazo, por no hacer el ridículo o sencillamente por no ir contra la corriente.
Dios mismo nos anima a contar nuestros sueños. ¿Acaso él mismo no lo hace cuando nos dice que el lobo y el cordero vivirán en paz, el tigre y el cabrito descansarán juntos, el becerro y el león crecerán uno al lado del otro? Y más aun, cuando nos dice que los pueblos cambiarán sus espadas por arados y sus lanzas en hoces y que ningún pueblo volverá a recibir instrucciones para la guerra.
Proclamar nuestros sueños y utopías es dar alas a proyectos liberadores, como M. Luther King liberó sus sueños de igualdad entre blancos y negros, al predicar su famoso sermón «Yo tengo un sueño».
Un corazón que libera sus utopías es un corazón en paz, una boca que confiesa sus ideales, es una fuente de paz.
Caminemos este día en el fruto de la paz, guiados por el Espíritu y unidos a la gran nube de hombres y mujeres que sueñan y dicen sus sueños.
por Jorge Galli
de EIRENE Argentina