¡ESAS INCESANTES PELEAS!
Si hay algo inevitable son las peleas entre los hermanos. Y no solo entre ellos, sino también la constante intención de involucrar a los padres, esperando de ellos que tomen partido. Las reglas de la relación del mundo infantil son diferentes a la del mundo adulto. Y tener hermanos significa poder aprender las reglas de dicha relación. Y para los padres significa también respetar este espacio de hermanos con sus propias reglas.
En lo posible, las peleas entre hermanos deben ser resueltas por ellos mismos y los padres deberían actuar solo ocasionalmente, cuando esté en juego la integridad de uno por la constante prepotencia del otro. Los hijos tendrán que desarrollar defensas y estrategias para relacionarse, como ensayo para lo que luego les espera fuera del ámbito familiar. No hay privilegios ni protección especial en el jardín de infantes, o en el club o en el grupo de la iglesia o en el barrio. Es uno más entre otros iguales. Y para esto los padres tienen que prepararlos. Para la vida real en un mundo real, que no siempre es justo o contenedor o comprensivo.
Las reglas de funcionamiento suelen ser de competencia, de lucha por el poder, donde hay hostilidad. Muchas veces van a frustrarse, sufrir y deberán ponerse de pie y seguir caminando con un sentimiento de valía de si propio y del otro que les permita adaptarse y crecer. Esta dosis de injusticia (controlada por la contención familiar) los preparará para lo que vendrá posteriormente, en una vida que no es ni justa ni equitativa. Por esto los hijos únicos muchas veces tienen dificultades para la convivencia. Las diferencias entre los hermanos no solo son normales sino necesarias porque ayudan a desarrollar tolerancia a la frustración, aprendiendo a posponer gratificaciones.
El vínculo entre hermanos es un buen laboratorio social, donde el niño va desarrollando su “conciencia individual” y “conciencia social”. Al principio el niño es egocéntrico, y busca satisfacción inmediata a sus demandas. Pero este egocentrismo debe ir disminuyendo para poder ir adaptándose a las exigencias de la vida en sociedad. Y para esto los prepara las pequeñas injusticias y renunciamientos. La función de los hermanos es ponernos en contacto muy primaria y controladamente con estas experiencias, permitiendo metabolizarlas en un ambiente seguro y contenedor que debe ofrecer todo hogar que presenta una buena salud familiar. La “lucha” es característica de la vida y el niño no puede probar fuerzas con sus padres, sería una lucha despareja. Pero si con sus iguales que representan sus hermanos.
Dentro del ambiente familiar, la rivalidad como ejercicio, es necesaria para el fortalecimiento físico y psíquico. En este ámbito se la puede mantener controlada ya que los padres fijarán los límites dentro de los cuales puede expresarse. La total armonía no sería más que expresión de una represión absoluta de toda forma de agresión, cuya expresión hay que encausarla, a fin de mantenerla mesurada. Si esto es así, la rivalidad primera evolucionará a formas de cooperación y compañerismo. Si los hermanos resuelven sus problemas entre sí generarán confianza entre ellos. Y es de esperar que progresivamente esta hostilidad vaya declinando, pasando de la rivalidad a la colaboración.
Del Manual de ESCUELA PARA PADRES de EIRENE Argentina
Por Miriam BIONDI – Lic en Psicopedagogía – Asesora Familiar _ Tallerista – Lider de Adolescentes y Jovenes
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