El valor de los Afectos

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«Lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió,
y se echó sobre su cuello, y le besó» (Lucas 15:20).

Para la formación del psiquismo humano, el afecto es una de las necesidades básicas a cubrir.
El afecto familiar es tan vital e indispensable que sin él, muchas personas se abandonan y se dejan morir. Se conoce como marasmo a la enfermedad que lleva a la muerte por falta de afecto.
En la parábola del hijo pródigo tenemos una buena demostración del valor del afecto familiar.

En primer lugar vemos el contacto físico significativo: el padre que abraza y besa a su hijo. Se dice que para sentirnos bien, necesitamos cuatro abrazos diarios y parece que este padre había entendido muy bien esa verdad.

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La importancia del diálogo y la comunicación en la familia

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Cada hombre es un adversario potencial, incluso de aquellos a quienes amamos. Sólo por medio del diálogo somos salvados de esta enemistad de unos contra otros. El diálogo es al amor lo que la sangre es al cuerpo. Cuando cesa la circulación de la sangre, el cuerpo muere. Cuando cesa el diálogo, el amor muere y nacen el resentimiento y el odio. Sin embargo, el diálogo puede resucitar una relación muerta. Efectivamente, éste es el milagro del diálogo: puede engendrar una relación nueva, y también puede dar nueva vida a una relación que ha muerto.
Hay una sola condición para que haya diálogo: debe ser recíproco y proceder de ambos lados; y los participantes deben persistir denodadamente. La palabra del diálogo puede ser pronunciada por un participante, pero evadida e ignorada por el otro, en cuyo caso la promesa puede no cumplirse. Existen riesgos al entrar en diálogo, pero cuando dos personas lo acometen y aceptan su temor de hacerlo, puede desencadenarse el poder milagroso del diálogo.
Si las exigencias que hacemos aquí para el diálogo son causa de sorpresa para el lector, la razón acaso sea que el diálogo ha sido identificado demasiado exclusivamente con las partes conversacionales de una obra de teatro.

Nosotros concebimos el diálogo como un serio hablar y escuchar, como un dar y recibir entre dos o más personas, en el cual el ser y la verdad de una son confrontados con el ser y la verdad de la otra.

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El encantador suplicio de las vacaciones

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Con esta frase alguien quiso sintetizar lo que las vacaciones muchas veces representan para la familia. La sola mención de la palabra «vacaciones», puede evocar en nosotros cosas tan disímiles como: encuentros, palmeras, descanso, aire libre, tiempo de ocio, ausencia de reloj despertador, encanto, placer… hasta discusiones, desencuentros, aburrimiento, tensiones…

¿Cómo es posible esta ambivalencia?

Varios factores concurren para ello:
1. No son las vacaciones en sí mismas las que pueden producir tales efectos, sino la «convivencia humana» en vacaciones. Más allá de las alternativas adversas que pudieran presentarse (mal tiempo, enfermedades, contratiempos con los autos, micros o aviones, y otros problemas diversos y concretos), lo que se pone en juego siempre es la trama de relaciones existente entre los participantes de las vacaciones. «Convivencia» nos habla de acuerdos y diferencias, de concordancias y conflictos, de proyectos comunes y de metas divergentes. Y las vacaciones no escapan a estas alternativas. Es más, pueden acentuarlas o agregar sus particularidades. ¿Por qué?

2. Las vacaciones, independientemente de que se viaje o no a algún destino turístico, es un tiempo especial donde la rutina anual se interrumpe. Los chicos no van al colegio, los grandes no van a trabajar; en fin, las tareas habituales se dejan de lado y se abre un espacio distinto. Un espacio que puede ser cubierto constructivamente o, por el contrario, puede representar un vacío o abismo peligroso (no es casual que muchos estados depresivos y aun suicidios se produzcan los fines de semana o en tiempo de vacaciones; también que algunas crisis matrimoniales se profundicen). Este espacio diferente pone al descubierto, no pocas veces, las fisuras familiares que pueden estar tapadas por la rutina. Las costumbres, los horarios, las obligaciones, constituyen un eje organizador de nuestras tareas habituales; dan cierta seguridad. En vacaciones carecemos de ese eje y tenemos que armar otra organización que requiere nuevos acuerdos y pautas a seguir. La novedad puede ser estimulante o causar desconcierto, o ambas cosas a la vez. El resultado puede ser satisfacción para todos o aumento de tensiones y desencuentros.

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