«Lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió,
y se echó sobre su cuello, y le besó» (Lucas 15:20).
Para la formación del psiquismo humano, el afecto es una de las necesidades básicas a cubrir.
El afecto familiar es tan vital e indispensable que sin él, muchas personas se abandonan y se dejan morir. Se conoce como marasmo a la enfermedad que lleva a la muerte por falta de afecto.
En la parábola del hijo pródigo tenemos una buena demostración del valor del afecto familiar.
En primer lugar vemos el contacto físico significativo: el padre que abraza y besa a su hijo. Se dice que para sentirnos bien, necesitamos cuatro abrazos diarios y parece que este padre había entendido muy bien esa verdad.
En segundo lugar, el afecto se expresa por la aceptación. Así como el rechazo puede causar la herida más profunda, la aceptación puede sanar el corazón quebrantado. Es en la familia donde aceptamos a la abuela cuando se ha quedado sola, al hijo sorpresa cuando ya no se lo esperaba, al adolescente cuando viene de ser «bochado» en una materia.
En tercer lugar, el vínculo familiar afectivo es el que se expresa por la valoración de sus miembros. En algunas familias son tan perfeccionistas que nunca sale de ellos una palabra de aprobación o un gesto que celebre los logros; sólo se vive para la queja y la descalificación.
En un mundo sin corazón, aquella familia donde se valoren los vínculos afectivos, será formadora de personas que se reconocen portadores de dignidad e idoneidad.
Oración: Gracias, Señor, por la ternura de los nietos, por el ánimo de los padres, por el abrazo de los hermanos, por el beso de los esposos.
por Jorge Galli
El autor es Licenciado en Psicología, Magíster en Familia, Pastor y Decano del Instituto Superior de Formación Integral